lunes, 7 de febrero de 2011

Huelga Ferroviaria de 1991: A 20 años del conflicto obrero que precipitó la crisis del viejo MAS
Por Juan C. Beica, Presidente de la Seccional del Ferrocarril Roca durante la huelga

El 1 de febrero de 1991 una asamblea auto convocada de delegados ferroviarios (maquinistas y señaleros) resolvió la histórica huelga de 46 días, que paralizó a la mayoría de los servicios ferroviarios del país. Los representantes de las asambleas de base de los maquinistas, las seccionales más importantes de los señaleros y algunos sectores de la Unión Ferroviaria, se organizaron en el Plenario de Seccionales Ferroviarias.

El conflicto, que tuvo una gran repercusión e influencia dentro de la clase obrera argentina, terminó arrancándole a Menem la reincorporación de miles de cesanteados y un aumento salarial del 100%. Sin embargo fue una victoria “pírrica”, ya que se impuso con un costo político muy grande.

Por un lado, porque la extensión excesiva de la huelga, terminó desgastando a la base y al activismo, facilitándole la tarea a Menem, que un año después pudo derrotar a los ferroviarios. Por otra parte, porque la huelga profundizó la crisis del viejo MAS (que se dividió en 1992, luego del segundo paro ferroviario) liquidando el proyecto más avanzado de construcción de una dirección política revolucionaria que haya existido en nuestro país.

El Plenario de Seccionales y la Política del MAS

Para participar en el Plenario, los delegados tenían que ser votados por la base en las asambleas y llevar sus mandatos refrendados en actas. Las asambleas votaban las comisiones que organizaban a los activistas para realizar las tareas de sostenimiento del conflicto, como la del fondo de huelga, la olla popular, los piquetes de “convencimiento”, etc.

Esta metodología (irreconciliable con el viejo “verticalismo” de los “cuerpos orgánicos” peronistas) le otorgó al Plenario un enorme prestigio, razón por la cual estuvo muy cerca de convertirse en el organizador de una nueva y poderosa dirección combativa y democrática de grandes sectores de la clase obrera.

Lamentablemente ese objetivo no pudo concretarse debido a la línea equivocada que llevaron adelante la mayoría de los dirigentes (fundamentalmente los del MAS) que en el punto culminante de la huelga, (a los 15 días, cuando el gobierno había otorgado el 100% de aumento y ofrecía la reincorporación encubierta de los cesantes) se negaron a negociar, sosteniendo una política ultra izquierdista de “todo o nada”, levantando la consigna de “huelga general para derrotar a Menem”.

Los 31 días “adicionales” sólo sirvieron para desgastar y desmoralizar a la base, aislando a los activistas del resto de la clase trabajadora, que aún simpatizaba con el gobierno menemista. Esa situación abrió el camino a la derrota, un año después, cuando Menem aplastó una nueva huelga de los maquinistas de 36 días, luego de empujarlos a parar mediante una provocación, que el MAS no fue capaz de entender ni de advertir.

La dirección de ese partido y las organizaciones que acompañaron su orientación ultra (tanto en la huelga del 91 como en la del 92) no tuvieron en cuenta la situación objetiva del país y del mundo, un marco general en el cual los capitalistas venían propinándole duras derrotas a la clase obrera e imponiendo gobiernos ultra reaccionarios como los de Bush, Thacther, Fuyimori y el propio Menem.

No caracterizaron que la huelga del 91, más allá de su combatividad y resultado parcial, no se paraba en el punto más alto de una “gran ofensiva obrera”, sino que era una de las últimas grandes luchas defensivas que venía sosteniendo el proletariado argentino de esos años.

Si hubieran analizado los acontecimientos de esa manera, probablemente habrían planteado otra política más cuidadosa. En vez de impulsar la lucha “a tontas y a locas” y por “todo”, se habrían jugado a preservar a ese heroico destacamento de vanguardia, de manera de fortalecerlo y ubicarlo como la referencia de la resistencia a las privatizaciones y al plan de ajuste de Menem y Cavallo.

Pero la dirección del MAS, que venía de fracaso en fracaso levantando políticas electoralistas y de seguidismo a la burocracia sindical, pretendió modificar esta línea yéndose al otro extremo, convirtiéndose así en responsable directa de una de las derrotas obreras más importantes de las últimas décadas y en sepulturera del partido fundado por Nahuel Moreno.

Aunque hoy no exista un fuerte polo de atracción como el Plenario de Seccionales hay una situación objetiva mucho más favorable para el desarrollo de la democracia sindical, ya que las bases reclaman protagonismo, aún en los conflictos dirigidos por la burocracia.

El Gobierno de Cristina carece del apoyo social que tenía Menem, la burocracia es mucho más débil y la situación mundial no está signada por el avance reaccionario de los gobiernos neoliberales, sino por el ascenso revolucionario de los trabajadores y los pueblos, cuyo punto más alto es la insurrección egipcia y tunecina.

La inflación que rebaja brutalmente el poder adquisitivo de la mayoría de los trabajadores, la sistemática liquidación de conquistas y el escaso margen con que cuentan los burócratas para entregar las luchas y firmar un “Pacto Social”, junto al ascenso obrero en curso, constituyen el «caldo de cultivo» ideal para el desarrollo de una nueva dirección que retome las banderas del Plenario de Seccionales Ferroviarias.

El avance del SITRAIC, Sindicato de los Trabajadores de la Industria de la Construcción y Afines en las obras de Lomas de Zamora, enfrentando las patotas de uno de los burócratas más emblemáticos del menemismo -ahora del kirchnerismo- muestra como aún en los sectores más difíciles se desarrollan las condiciones para poner en pie una nueva dirección obrera democrática y combativa.

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